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Desordenada Habitación

A 12 de los 28

A 12 de los 28 Alguien a quien quise mucho me dijo una vez que cuando caes, cuando realmente te sientes como la última mierda, ves las cosas tal y como son, o en su justa medida, como esa persona comentó entonces.

Pues bien. Si deseas saber en qué momento de mi vida me encuentro, se podría decir que estoy justo en la fase posterior a la caída. Ahora, excepto en algunos momentos en los que tengo bajones de ánimo más fuertes de lo normal, veo las cosas “en su justa medida”.

 Sé que leyendo estas líneas estarás pensando: “No me lo creo. Si fuese cierto no tendría tantos problemas para escoger una salida a todo este embrollo en el que los azares del destino te han sumido”.

La respuesta es sencilla: precisamente porque veo las cosas desde ese punto de vista, no es fácil tomar esta decisión. En otro momento de mi vida las cosas iban y venían a una velocidad tan vertiginosa que muchas veces ni siquiera era consciente de que pasaban frente a mí. De igual modo, en otra época podría haberme tirado al charco –como dice mi querido Patxi- sin pensarlo dos veces, pero nunca me he sentido como lo vengo haciendo desde hace ya dos años. De vuelta de todo y sin ganas de conseguir nada más que un lugar frente al mar en el que sentir una suave brisa por la mañana, y el viento y el rugir de las olas por la noche.

 Seguirás preguntándote qué cojones quiero decir con todo esto, ¿verdad? Sólo intento hacerte comprender que cuando te digo todas esas cosas te estoy hablando siempre en serio, aunque sé que tengo muy poca credibilidad. No es que me falten más o menos cojones. No es que tenga más o menos miedo. Se trata de sentimientos encontrados con los que llevo conviviendo desde hace ya mucho tiempo. 

Cada mañana cuando me levanto y miro por la ventana hacia el cielo, pasan unos instantes. ¿Sabes? Puede que sean los únicos dos o tres minutos en los que no me martirizan miles de recuerdos, de deseos, de contradicciones, de sueños rotos y de sueños por conseguir. Vivo así desde tiempos inmemoriales. Y siempre, siempre, me siento como una hoja a la que el viento mueve a su gusto.

 

Tal vez tengas razón cuando dices que tengo miedo al éxito, a que me salgan las cosas bien. Que es más fácil ir por la vida siendo un abanderado del dolor que de la alegría. Puede que sea cierto que siempre que he conseguido algo he salido huyendo. Pero también es cierto que he probado ambos ‘bandos’ y que ya he visto de todo. Me cansé de sentir esas punzadas que se clavan como cuchillos cuando caes sin remedio.

 Soy alguien en el que se da cita el sinsentido. He sido capaz de pasar cinco años tocando con un grupo para que cuando llegue el momento de apostar a por todas escapar; salir con una persona un año y medio para que en lo mejor de la relación acabar con ella; trabajar durante cuatro años en una empresa para cuando hacía las portadas de las revistas despedirme…

Soy así. Imprevisible pero predecible. Extraño pero conocido. Peligroso pero inofensivo. De hielo y a la vez un volcán. Pasota y responsable. Lo soy todo y no soy nada. Ése es mi problema. Que nunca estoy en un término medio. Que no soy capaz de estar en ese punto.

 

Hubo un tiempo en el que sí lo era. Cuando me encontraba en medio de todo el grupo que salíamos juntos, cuando era el confesor de todos y cada uno, cuando tenía que mediar entre ellos. Pero se acabó. Se fue todo a tomar por culo. Y ni quiero que regrese tal y como terminó, ni deseo volver a ser ese chico.

 

Te equivocas cuando dices que quiero que todo se quede como está. Que por mí volvería al pasado en este mismo momento. No en esas condiciones. No cuando ya he descubierto que aquello pasaría de nuevo aunque nos dieran otra oportunidad. Eso sí. No dudo de que aquellos fueron los mejores años de mi vida, y que siempre los llevo en lo más profundo de mi ser. No hay día en el que no recuerde a todos ellos sentados en el parque riendo. Ni los primeros amores que compartimos. Ni las primeras lágrimas. Ni las primeras borracheras. Nada se escapa a mi memoria. Sin embargo, hace algún tiempo que mi mente se abrió por fin y se dio cuenta de que todo hubiese sucedido de igual modo.

 Tienes razón cuando dices que las cosas ya han cambiado, que no entiendes por qué digo que no quiero que cambien si ya lo han hecho. Sencillamente, por un motivo. La herida más grande, por encima del silencio de la despedida de mi padre o por el mayor amor de mi vida que perdí, se encuentran sus miradas. Los ojos de todos ellos en ese día de verano en el que se clavaron en mí como rayos. Ese día morí. No me preguntes cómo, pero pasó. Morí para todos ellos. Morí para esos sueños de juventud. Por eso huí. Huí lo más lejos posible. Me refugié en Alessia durante un año y medio. Una chica con la que casi no hablaba y fíjate: 18 meses juntos. En Nuria, en ti… Algo se escapa a la lógica, ¿no crees? Esos son los detalles en los que nadie nunca se ha fijado, por eso nadie se ha dado cuenta de qué era lo que me pasaba en verdad.

El problema es que, a pesar de que las cosas ya han cambiado, las heridas sí que se han cerrado. Y no deseo, no puedo soportar la idea de que se vuelvan a abrir. No podría soportar una nueva caída.

 

Asimismo, ya he hecho demasiado daño a todos los que me rodean sin haberlo deseado. No puedo convivir con la sensación de que te pueda hacer daño. Puedo hacerlo con quien no me importa. De hecho, lo hago a diario, pero no con alguien tan especial como tú. Piensas que todo esto es una excusa, lo sé, pero no es cierto. Cada persona que se acerca a mí como pareja termina destrozada no sé muy bien por qué. No tengo idea de qué puede ocurrir, pero todas y cada una de mis relaciones han terminado con un dolor insufrible para ambos. Termino haciendo daño a quienes os acercáis porque soy alguien a quien no le gusta el dar explicaciones por nada, que no puede quedarse en un término medio, que no es capaz de preparar nada con más de dos horas de anticipación, que tiene cambios de humor estúpidos, que piensa en el momento, etc. Antes no era así. Ahora hago lo que me parece y no sé no hacerlo.

 Tengo miedo, sí. Miedo a que vuelva a suceder. Miedo a ver tus ojos llenos de dolor de nuevo. Miedo a que me odies por ello.Son un millón de sentimientos los que me embargan en cada momento. Pero ninguno de ellos es suficiente para erradicar al resto, y así llevo viviendo desde hace mucho.

He aprendido demasiado bien el oficio de estar y no estar. De aparecer sólo cuando quiero. De ser y no ser. De ser lo suficientemente agradable como para que me abran su corazón en cinco minutos y lo suficientemente superficial para que me olviden en otros cinco, como dicen George Clooney en Ocean’s Eleven. Soy la eterna sonrisa y los ojos tristes. La bestia que nunca duerme. Aquél que siempre está dispuesto a quedarse otra ronda más. La mayor farsa del mundo. Nada de lo que se ve es real. Nada.

 Me han inundado durante años con frases como “estás triunfando, siéntete orgulloso”, “siempre estás contento y sabes hacer reír”, “¿cómo lo haces?”, “sólo tú me entiendes de verdad”, y millones y millones de cosas que tan sólo responden a una farsa de proporciones bíblicas.Digamos que El Sapo se comió a David Sanz, y éste sólo sale a la superficie cuando me quedo solo. Cuando mi propia tristeza me come por dentro. Cuando lloro como el otro día. Cuando me doy cuenta de dónde he caído.Sé que nunca volveré a ser el que fui. Que hace mucho que he dejado de creer que eso sería posible. Ya no creo en los otoños llenos de colores ocres, ni en el cielo rojizo del atardecer. Ni siquiera creo en el olor a mojado en los primeros días de octubre. Y eso ha hecho que deje de creer en otras muchas cosas. No creo ya en casi nada. No creo en mis sueños, ni creo en la redención. He renunciado al amor. A encontrarlo. A buscarlo. He renunciado a sentirme querido. He renunciado a querer.

Por eso mismo todo esto es tan complicado. Has tenido la mala suerte de encontrarte de lleno con alguien a quien han robado sus sueños, sus lágrimas, sus sonrisas. Sé que siempre las llevo puestas, como quien dice. Pero todo es fachada. Soy un actor de primera, créeme.

 Como amigo estoy siempre al lado de quien me necesita en cada instante. No fallo nunca o casi nunca (aunque últimamente se me va la cabeza). Sólo quiero darte las gracias por haberme abierto tu corazón. Por contarme todas esas cosas que hablamos todas estas últimas semanas. Gracias por ayudarme con mis problemas, con mi trabajo, con mi pasado. Sé que todo lo has hecho pensando en mi bienestar.

FOTOGRAFÍA: Todos en la boda de Juanvi, el 8 de Julio de 2006.

1 comentario

Raquel -

Poseemos un pasado indescriptiblemente inolvidable...una bendición...para todos aquellos que vivimos junto a tí lo que has relatado.

Mi eterna sonrisa con ojos tristes. Posees más de lo que crees. Te queremos más de lo que imaginas.

Eterno agradecimiento para los que tenemos la suerte de tenerte en nuestras vidas.

Soy Raquel, y sabes cuanto te quiero.