"Cuidado con los espejismos". Así aconsejó un viejo amigo hace ya algún tiempo a Chema, con el objetivo de que no cayera en falsos oasis en medio del desierto, que es la etapa que sigue a la separación de un ser querido, muy querido. Así ocurrió. Chema sufrió los avatares de los espejismos durante un buen tiempo. Su viaje a través del desierto no resultó fácil, y antes de encontrar el mar tuvo que perder la cordura en varias ocasiones, hacerse daño, hacerlo, y llegar hasta el mismísimo borde de su corazón. Ahora que ha encontrado el mar prefiere no mirar atrás. Le entiendo.
El próximo 8 de febrero hará dos años de mi caída en barrena. De mi pérdida total de la racionalidad, si alguna vez la tuve. Se cumplen 24 meses de soledad absoluta, de carrera sin frenos, de noches en vela, de no recordar nada al día siguiente, de perder la noción del tiempo, de sombras. Hace casi dos años que terminó la vida tal y como yo la entendía hasta entonces. La vida como algo por lo que se podía luchar. Un sueño. Una canción. Un beso. Dos años después no queda ni un atisbo de aquello por lo que viví.
Todos mis amigos me han dicho siempre que no debo mirar tanto hacia atrás. Que no debo pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Tienen razón. He dejado de vivir muchas cosas o las he vivido a medias por arrastrar un sinfín de problemas. También es cierto que no me arrepiento de nada de lo que he hecho, pues siempre que recuerdo, que lo hago a menudo, no lloro, sino sonrío. Han sido mucho años desde aquel septiembre del 92 en el que mi vida giró hasta revolcarme por el frío suelo que es la realidad.
Desde entonces viví soñando. Me entregué en cuerpo y alma a cada deseo que mi alma generaba, a cada persona, a cada relación -a veces demasiado, como dicen Chema o Golfo-. He soñado con un mundo, con una vida que, en el fondo, siempre he sabido que nunca iba a existir. En mis relaciones, amigos, escuela, parques, bares, risas, llantos; en todos ellos puse mi alma. No sé porqué dejé que ese David, ése al que nunca le faltó un sueño, imaginación, amor, amistad, ganas, muriera de forma tan estúpida.
Llegó febrero de 2003 y con él la soledad. La mente y el corazón juegan a menudo malas pasadas pero nunca había sido tan cruel conmigo y con los que estaban a mi lado. A partir de ese momento todo fue una locura. Un sinsentido. Mi vida ha sido una hoja en medio de un vendaval. Ni siquiera soy capaz de recordar, pasados sólo dos años, dónde perdí el control. Sé dónde me equivoqué, pero la vida pone a cada uno en su lugar, y esa equivocación no tiene solución. Ya no.
Tras dos años de descontrol mental, físico y del corazón sólo puedo decir que, a todas luces, mi vida carece de cualquier incentivo. Sólo me queda seguir por este desierto del que en su día habló Kuki y por el que hemos pasado todos. Chema lo superó, alguno de vosotros seguro que también. Yo aún estoy en las peores dunas, y no tengo fuerzas para seguir andando bajo este sol que me tortura.
FOTOGRAFÍA
Cuando todos te digan que algo no se puede conseguir, háblales de Rudy.
El próximo 8 de febrero hará dos años de mi caída en barrena. De mi pérdida total de la racionalidad, si alguna vez la tuve. Se cumplen 24 meses de soledad absoluta, de carrera sin frenos, de noches en vela, de no recordar nada al día siguiente, de perder la noción del tiempo, de sombras. Hace casi dos años que terminó la vida tal y como yo la entendía hasta entonces. La vida como algo por lo que se podía luchar. Un sueño. Una canción. Un beso. Dos años después no queda ni un atisbo de aquello por lo que viví.
Todos mis amigos me han dicho siempre que no debo mirar tanto hacia atrás. Que no debo pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Tienen razón. He dejado de vivir muchas cosas o las he vivido a medias por arrastrar un sinfín de problemas. También es cierto que no me arrepiento de nada de lo que he hecho, pues siempre que recuerdo, que lo hago a menudo, no lloro, sino sonrío. Han sido mucho años desde aquel septiembre del 92 en el que mi vida giró hasta revolcarme por el frío suelo que es la realidad.
Desde entonces viví soñando. Me entregué en cuerpo y alma a cada deseo que mi alma generaba, a cada persona, a cada relación -a veces demasiado, como dicen Chema o Golfo-. He soñado con un mundo, con una vida que, en el fondo, siempre he sabido que nunca iba a existir. En mis relaciones, amigos, escuela, parques, bares, risas, llantos; en todos ellos puse mi alma. No sé porqué dejé que ese David, ése al que nunca le faltó un sueño, imaginación, amor, amistad, ganas, muriera de forma tan estúpida.
Llegó febrero de 2003 y con él la soledad. La mente y el corazón juegan a menudo malas pasadas pero nunca había sido tan cruel conmigo y con los que estaban a mi lado. A partir de ese momento todo fue una locura. Un sinsentido. Mi vida ha sido una hoja en medio de un vendaval. Ni siquiera soy capaz de recordar, pasados sólo dos años, dónde perdí el control. Sé dónde me equivoqué, pero la vida pone a cada uno en su lugar, y esa equivocación no tiene solución. Ya no.
Tras dos años de descontrol mental, físico y del corazón sólo puedo decir que, a todas luces, mi vida carece de cualquier incentivo. Sólo me queda seguir por este desierto del que en su día habló Kuki y por el que hemos pasado todos. Chema lo superó, alguno de vosotros seguro que también. Yo aún estoy en las peores dunas, y no tengo fuerzas para seguir andando bajo este sol que me tortura.
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